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La devastación causada por las inundaciones del siglo en España

Al menos 212 personas han muerto en la inundación más mortal en un país europeo desde que en 1967 una crecida en Portugal cobró la vida de unas 500 personas.

Han pasado doce días desde que catastróficas inundaciones repentinas arrasaron el este de España, dejando una cicatriz fangosa, cobrando más de 200 vidas y dejando miles de hogares cubiertos de barro.

Las escenas apocalípticas muestran el aterrador poder de la naturaleza desatada con toda su furia.

Era como si un tsunami, en lugar de surgir desde las profundidades del océano, hubiera sido derramado por un dios del cielo enojado, arrasando con pueblos tranquilos y vecindarios comunes.

El río recién formado y descontrolado sorprendió a miles de personas, lanzó autos como si fueran juguetes y derrumbó edificios cercanos a los canales normalmente secos, que quedaron ensanchados y con bordes desgarrados.

Los sobrevivientes dicen que solo tomó 15 minutos para que un canal de desagüe pasara de estar vacío a rebosar. Las casas cercanas ayudaron a canalizar el agua, expandiendo su impacto. Las autoridades regionales no alertaron a las personas a tiempo y, en algunos lugares, ni siquiera hubo lluvia para advertir a la población, lo que aumentó el caos.

Ahora, las calles parecen retroceder a tiempos medievales, cubiertas por capas de barro que ocultan cualquier rastro de pavimento o adoquines.

Todo en los niveles inferiores de las viviendas se convirtió en escombros en cuestión de minutos cuando el agua irrumpió en los hogares. Muebles, ropa, juguetes, fotos y recuerdos familiares… nada fue perdonado.

La sensación de abandono de muchos residentes se convirtió en rabia, lo que llevó a que algunos lanzaran bolas de barro al rey y al primer ministro de España cuando visitaron la zona devastada.

Cada paso de las personas está cubierto de barro, ese lodo pegajoso que, días después, sigue saliendo de casas y tiendas arruinadas, sin importar cuánto se retire con palas o escobas.

El “thup, thup, thup” de los helicópteros militares se escucha en el aire mientras sobrevuelan la zona apodada “zona cero” de las inundaciones del 29 de octubre.

La búsqueda de desaparecidos continúa. Los rescatistas clavan postes en los bancos de barro, esperando encontrar y recuperar los cuerpos de los fallecidos.

Sin embargo, en medio de la desesperación también se encuentra la generosidad humana.

Mientras miles de tropas y refuerzos policiales remueven los incontables autos destruidos, son los propios vecinos y voluntarios quienes llegan a pie para ayudar.

Desconocidos ayudan a los necesitados, sumergiéndose en el lodo y, con cada palada, avanzan lentamente hacia una renovación lejana.

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